La Casa de la Cultura Oaxaqueña, un paseo con el cronista de la ciudad

“La Casa de la Cultura Oaxaqueña se ubica en un espacio extraordinario que fue rescatado de las ruinas por el licenciado Rodolfo Brena Torres, era conocido como el Convento de los Siete Príncipes. Lo interesante es que aquí en Oaxaca uno de los últimos templos y conventos construidos en el siglo XVIII fue éste”.

Así comenzó nuestro recorrido por los pasillos de la Casa de la Cultura Oaxaqueña en compañía del cronista de la ciudad, Jorge Bueno Sánchez, quien reconoció que, a cincuenta años de su inauguración, las instalaciones que albergan distintas disciplinas artísticas lucen impecables.

Con un vasto conocimiento de la historia y visiblemente emocionado relató que la historia del recinto inició el 24 de julio de 1730, fecha en la que dio inicio la edificación de la capilla de los Siete Príncipes a petición del Obispado de Oaxaca; dos años después, en el anexo, comenzó a construirse el Convento de Santa María de los Ángeles que alojó a las hijas de los caciques oaxaqueños.

La edificación no fue nada sencilla, tuvieron que pasar más de cincuenta años para que, en 1781, se concluyera la construcción que abarcaba toda una manzana, 100 varas por 100 varas castellanas, como medida en aquella época.

Tras su inauguración, el 14 de febrero de 1782, fueron trasladadas las religiosas de la Orden de Clarisas Capuchinas, provenientes del Convento de Corpus Christi, mismo que aún existe y se ubica en la delegación Tlalpan, en la Ciudad de México.

Sin perder el sentido del relato y teniendo como apoyo una línea del tiempo colocada en el primer patio de la Casa de la Cultura, con motivo de sus 50 años de existencia, el cronista mencionó a José Gregorio Ortigoza como el gran benefactor del monasterio, toda vez que donó parte de su patrimonio para la remodelación de celdas y dormitorios, así como jardines, patios y huertas que formaron parte del espacio religioso.

Sin embargo, no fue el único. En 1840, Carlos María de Bustamante, hizo una donación de la imagen de la Virgen de los Remedios, la cual se ha conservó por muchos años, y en la actualidad forma parte del Templo de los Siete Príncipes.

La época de bonanza para las órdenes religiosas se vio interrumpida en 1863, cuando el legado del oaxaqueño Benito Juárez y sus leyes de Reforma derivó en su extinción y la separación del Estado y la Iglesia.

“Fue José María Iglesias quien determinó la exclaustración, la terminación de las órdenes religiosas, las órdenes mendicantes que es el clero regular: Agustinos, Franciscanos, Dominicos, entre otros”, explicó el cronista a esta reportera.

Cuatro años después, en 1867, las religiosas capuchinas de los Siete Príncipes renunciaron tras la cancelación de los conventos. A partir de ese momento el espacio quedó abandonado, se fraccionó, se vendió y los dominantes económicamente en la ciudad se hicieron de las propiedades del clero.

“Si una hacienda era valuada en 10 mil pesos, los ricos de la época únicamente pagaron mil. Muchos compraron propiedades en cantidades irrisorias, por este convento pagaron 600 pesos”, puntualizó.

Fue así que, al interior del convento, se hicieron algunas habitaciones, se demolieron espacios, alterando incluso la construcción original, esto con el fin de darle movilidad, sin embargo, al final quedó abandonado.

Rescate del convento

El tiempo inevitablemente pasó y tras más de 40 años, en 1908 previo a la Revolución Mexicana, miembros de la Iglesia recuperaron cálices, custodias, copones y demás instrumentos dedicados al culto, siendo una de las más importantes adquisiciones la realizada en 1909 por Eulogio Gregorio Clemente Gillow y Zavalza, primer arzobispo de Oaxaca, quien con su propia fortuna compró propiedades eclesiásticas.

No obstante, el cronista de Oaxaca aseguró que para 1910 la parte alta del monasterio que correspondía a los dormitorios y celdas ya se encontraba en ruinas debido a los constantes temblores, situación que se agravó con los terremotos de 1928 y 1931 que acabaron con las techumbres y todo lo que tenía el convento.

Fue hasta 1963, que el gobernador Rodolfo Brena Torres compró el Monasterio de Santa María de los Ángeles, propiedad de Irma Couttolenc Lundert -hija de un francés avecindado en Oaxaca- y de Beatriz Brachetti, además contrató al arquitecto Armando Nicolaou para convertirlo en la Escuela de Artesanías.

Un año después y tras completar la rehabilitación del espacio, nombran como gerente a Gabino Cué Bolaños y como director de administración a Rubén Vasconcelos Beltrán.

El 28 de noviembre de 1970, por decreto del gobernador Fernando Gómez Sandoval se creó la Academia de la Cultura Oaxaqueña; un año después se transformó en la Casa de la Cultura Oaxaqueña, convirtiendo a Ernesto Miranda Barriguete en su primer director; mismo que invitó a personajes como Alberto Bustamante Vasconcelos y Raúl Bolaños Cacho Güenduláin, entre otros que se caracterizaron por su amplio conocimiento de Oaxaca.

“Puedo decir, porque estuve presente en la inauguración, que fue una ceremonia muy bonita, muy importante porque daba el espacio tan necesitado para una sociedad llena de cultura”, asintió Jorge Bueno.

Fue así que abrió sus puertas un espacio rescatado del olvido, con hermosos pasillos y patios nombrados galerías “Monte Albán”, “Mitla”, “Rufino Tamayo”, que fue la única con la que se inauguró, y la que albergó las exposiciones del propio Rufino Tamayo, Francisco Toledo y Alfredo Guati Rojo, por citar algunos.

Así mismo fue sede de obras de teatro de la compañía de Rodolfo Álvarez; así como de homenajes a oaxaqueñas y oaxaqueños ilustres como: José López Alavez, Basilio Rojas Bustamante, Andrés Henestrosa Morales, Arcelia Yáñiz Rosas, entre otros.

“La Casa de la Cultura en este 2021 está cumpliendo 50 años, que son muy importantes en la vida cultural. Yo fue director de esta institución y es un gran orgullo formar parte de su historia”, manifestó.

Reconocimiento a artesanas oaxaqueñas

Antes de concluir el recorrido, el cronista de Oaxaca hizo una parada especial para recordar los nombres de cuatro mujeres que fueron reconocidas con la colocación de un busto en cada uno de los pilares del primer patio del recinto, y hoy cuentan con un nicho especial.

Se trata de cuatro grandes oaxaqueñas, mujeres que desde su oficio pusieron en alto el nombre de la entidad: Teodora Blanco Núñez, artesana de barro en Atzompa; y Rosa Real Mateo de Nieto, artesana de San Bartolo Coyotepec, a quien se le atribuye el brillo que ahora caracteriza al barro negro.

Así mismo, Casilda Flores Morales, horchatera y samaritana del pueblo oaxaqueño; y Sabina Sánchez Alonso, artesana y creadora del bordado de San Antonino Castillo Velasco.

“Son cuatro mujeres artesanas reconocidas por la Casa de la Cultura Oaxaqueña como creadoras de arte popular y parte fundamental de nuestra identidad, por eso está aquí”, concluyó.