De mezcales, toños y Guelaguetza

16:50 horas, justo el momento en el que veo mi dispositivo móvil para consultar la hora, sabía que el lapso para llegar a San Antonino Castillo Velasco desde el punto de partida no era más de 15 minutos en transporte público, pero al paso del tiempo veo que no es así. Autobuses, urbans y taxis colectivos parecían no querer llevarnos a Toñito y a mí.

Señales de parada, de raite y chiflidos para que nos hicieran caso, pero todo era en vano, nuestra sospecha era que había una gran demanda de pasajeros por la Guelaguetza en el Cerro del Fortín. A lado de nosotros un señor afligido por llegar a su trabajo en San Martín Tilcajete, hicimos conversación sobre el transporte, sabía que llegaría tarde a su destino y tuvo que avisar por llamada telefónica lo que pasaba.

Eran cerca de las 17:20 horas y a lo lejos vemos un autobús de Ocotlán, nos hizo una seña de “aquí ya no caben más personas” seguimos esperando y esperando. Decidimos aguardar al próximo, pero al parecer los 15 minutos de diferencia entre choferes se extendía al doble.

Nuevamente checo mi celular y sorpresivamente llevábamos una hora esperando a que alguien nos llevara, minutos después nos subimos al bus que estaba muy cotizado con nosotros, hay poco espacio, por un momento me sentí el chalán e imaginé en mi cabeza gritando “pasen pa’ la parte de atrás por favor que aún hay espacio”, “Ocotlán, súbale aún hay lugareees”.

Metros antes de nuestra bajada, vemos el espectacular de la Guelaguetza en San Antonino, ¡Oh sorpresa! no sabíamos el lugar en el que se llevaría a cabo el espectáculo, decidimos ir al sitio de mototaxis de la localidad y decir ¡llévenos a la Guelaguetza por favor!

Llegamos al Cerro de las Azucenas, nos adentramos entre la multitud que con ansias deseaba entrar y disfrutar del show, caminamos entre vendedores, lonas, mecates y juegos mecánicos hasta llegar a la parte más alta, para ver lo que sucedía.

Empiezo a ver lugares para fotografíar en donde no estorbara y no me estorbaran, me subo en sillas vacías para tener la imagen más limpia posible, me escabullo entre pasillos solitarios para poder estar un poco más cerca, ¡pero quiero más!. Me quedo estático por unos segundos, observo detenidamente la logística y los uniformes de los organizadores, decido llegar hasta la orilla de la rotonda para estar en primera fila, teníamos que ser sinuosos en el recorrido y no ser detectados.

Al ir a la parte de atrás en donde estaban ubicados los sanitarios portátiles, vi a una abuelita (vendedora de fritangas) cruzar la cerca que separaba a las delegaciones participantes del público en general y por un momento fugaz supe que era el error del programa. Segundos después hacemos lo mismo y nos deslizamos hasta la mesa del presídium en donde resalta la figura de Susana Harp Iturribarría, su presencia fue tan pasajera que supuse que la cantada y la política llegaría a ser una aspiradora de tiempo o que la onda de pueblo no era lo suyo.

Por fin llegamos al círculo en donde se vivía toda la magia de la cultura oaxaqueña, al asentarme veo gafetes de prensa, caras conocidas con cámaras en mano, unas muy caras y eficaces y otras no tanto. Me doy tiempo de mirar técnicas y modos, algunos muy profesionales; otros muy improvisados.

Lo primero que empiezo a retratrar son a los “Zancudos” quienes desafiaban la gravedad y al mismo tiempo su propia destreza; casi al término de la participación de Zaachila, hubo un pequeño incidente que se venía venir a lo lejos, a pesar del increíble equilibrio de los “zancuditos”, dos de ellos caen al piso, una caída algo dolorosa y apantallante pero las palmas del público reconocían la valentía y la entrega de los oiparticipantes.

Tolentino

Mi sobrino me ayuda en el cambio de objetivos para hacerlo lo más rápido posible y evitar la entrada de polvo al sensor, lo que más ocupaba era mis lentes preferidos de Canon: el 24mm que tiene una nitidez increíble y el 50mm que da protagonismo a cualquier persona.

Conforme avanza el espectáculo el clima empieza a cambiar rápidamente, el sol parece no querer ver los bailables y el cielo empieza a retumbar anunciando el regalo para las siembras. Es en este momento que me arrepiento de no llevar abrigo y del outfit de visitante que tenía puesto. Después de un rato lo anunciado se hace presente, empieza a llover con intensidad; pero eso no fue impedimento para seguir bailando en la rotonda de las azucenas con alegría y dedicación.

Llega el momento de la participación de Pinotepa Nacional, una de las más duraderas, con vestimentas de colores saturados, insultos que ponían un poco de picardía al zapateado, sombreros y paliacates que hacían más elegante su participación, minutos antes de concluir su baile las mujeres toman los sombreros de los varones para sacar a bailar a los invitados especiales y parte del público. Hasta el lugar en el que estaba sentado llega una muchacha de trenzas con listones de color naranja, labios rojos, blusa con bordados de flores, joyería de oro y una sonrisa tan expresiva; me pone el sombrero y me invita a zapatear con ella y respondo: ¡Pero yo no bailo! y nos empezamos a reír.

Tolentino

La noche se hace presente con lluvia ligera, es momento de disfrutar del anfitrión con el baile de los panaderos, que representa el casamiento del hijo menor de la familia, en su intervención hacen alusión a las seis décadas ininterrumpidas de los Lunes del Cerro en el auditorio Guelaguetza y su ausencia este año. Para concluir ejecutan su “Jarabe Del Valle”, referente de la máxima fiesta de los oaxaqueños.

Son las 21:00 horas y sigo en mi aventura fotográfica, pero esta vez con la lluvia un poco más intensa, muchos colegas se han ido y decido hacer mis últimas capturas con la delegación de Miahuatlán de Porfirio Díaz, que con guajolote en el piso empiezan a moverse al ritmo de sus “Sones miahuatecos”, que con versos en doble sentido y muy sexistas hacen reír a las masas amontonadas por la frialdad de la lluvia.

Tolentino

Antes de partir pasamos a los locales de comida por un bocadillo, preocupados por el estado del tiempo y trasporte escaso, llegamos al paradero. Nuestra preocupación se hizo muy presente y una hora después estábamos en casa sanos y salvos.

Tolentino