¿Quién no vio caminar al maestro Francisco Toledo por el Andador Turístico de la ciudad de Oaxaca con su clásica camisa color azul y sus cabellos rebeldes que desde que tengo memoria no asentó en ninguna fotografía pues eran parte de su personalidad?. No lo hizo ni siquiera cuando posó para la revista Forbes en donde demostró que el talento va mucho más allá que en la imagen.
Para quienes vivimos o caminamos regularmente por las calles del Centro Histórico de Oaxaca era una postal recurrente ver al pintor juchiteco más importante de los últimos tiempos, caminar presuroso con algún libro o papel en mano rumbo al Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca (IAGO), uno de los muchos centros artísticos y culturales que deja como legado.
Tantas veces lo vi caminando por la ciudad y tantas veces pospuse una foto con él, siempre me decía que la próxima vez sería la buena, además presumía de haberlo entrevistado alguna vez, en mis tiempos de reportera cultural, y con eso me bastaba.
Francisco Toledo fue hasta este jueves un referente vivo en la cultura oaxaqueña, no sólo por su probado talento en la plástica y la escultura de la cual ya hablaran las y los expertos en la materia, sino por el impulso de espacios como el Centro de las Artes de San Agustín (CaSa), el Centro Fotográfico Manuel Álvarez Bravo, el Museo de Arte Contemporáneo de Oaxaca, el Cine Club Pochote (aunque lamentablemente cerró sus puertas), y la Fonoteca Eduardo Mata, entre otros que de forma indirecta contaron con su respaldo.
Incansable luchador social, lo recuerdo oponiéndose a la instalación de una empresa de hamburguesas en el corazón de la ciudad y a la destrucción de una zona protegida, para instalar un Centro de Convenciones; encabezando todo un movimiento nacional en defensa del maíz nativo; volando papalotes en exigencia de la aparición con vida de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, incluso uniéndose a una protesta en contra de la violencia de género en la explanada de Santo Domingo, hace ya algunos años; y de forma más reciente apoyando a las y los damnificados por los sismos del 2017, en el Istmo de Tehuantepec, con la instalación de comedores comunitarios.
Este jueves por la noche sus familiares anunciaron la repentina noticia de su fallecimiento, a los 79 años de edad. Su muerte este 5 de septiembre es, paradójicamente, el nacimiento de una leyenda en la plástica oaxaqueña, referente sin lugar a dudas a nivel internacional.